Nadie olvida a un buen maestro
Juan era un maestro de
primaria que tenía todo el
tiempo del mundo para cada
uno de sus alumnos, capaz de dinamizar tres clases a la vez (más de 100
alumnos) haciéndonos vivir momentos inolvidables, a nuestros seis o siete
años, de la historia, lengua, música o religión. ¿Qué llovía? Nosotros con
él imitábamos la tormenta, ¿llegaba la primavera? Íbamos a descubrir los
primeros brotes de cada flor, ¿era otoño? No podíamos de dejar de pisarlo.
Después de cada
explicación teníamos que hacer un dibujo hasta que aprendíamos a leer y
escribir. Era entonces cuando la
recomendación de cada libro seguía todo un ritual; ir al mueble biblioteca
contigo, ponerse de cuclillas a nuestra altura, repasar con el dedo todos los
lomos hasta que se detenía en uno y los sacaba de su lugar. Miraba con
detenimiento la portada, lo hojeaba y llegaba el momento sublime, cuando lo
olía, lo cerraba y lo depositaba en nuestras pequeñas manos mientras, mirándote
a los ojos, decía: ¡te gustará!.
Todo esto no tendría
casi ningún valor si no fuera porque, coincidiendo con él en cualquier transporte
público, siempre sacaba un libro y se ponía a leer hasta que llegaba su parada
(a veces un manual de árabe).
Han
pasado casi cuarenta años, yo me he dedicado al mundo educativo y he intentado
fomentar la lectura y el trato personal del mismo modo que él hizo con
nosotros.
¿Estancado en 2012?
ResponderEliminar